viernes, 17 de abril de 2020

Don Juan Sáez

Juventud

Juan Sáez Hurtado nace en Alcantarilla en una familia modesta y religiosa. Su padre es periodista en un semanario regional y su madre es ama de casa. Es el último y tercer hijo de la familia. El fervor religioso está en lo profundo del hogar y desde muy joven, se envía a la escuela de las Hermanas Salesianas de lo Sagrado Corazón de jesus. Es recibido allí por la Madre Fundadora, la Beata Piedad de la Cruz Ortíz Real. Los últimos años de su vida, Juan Sáez Hurtado aportará su testimonio en la investigación diocesana de la causa en beatificación de la Madre Piedad. De hecho, ella jugará un papel importante en su infancia, primero como directora de la escuela donde era externo, y en su vocación religiosa. Ella alentó su vcación de sacerdote.

Juan Sáez Hurtado ingresó en el seminario de San Fulgencio de Murcia el 1 de octubre de 1910, cuando aún no tenía trece años. Se distingue rápidamente de sus compañeros de clase por su afán en la oración, el estudio, la disciplina y la discreción. Será muy apreciado por sus superiores. Su fervor fue tal que se le encomendó el cuidado de la capilla del seminario. Uno de sus amigos más íntimos, el padre Pablo Menor, dice de él: En los años 1910 a 1917, en el seminario, Juan fue un modelo para quienes aspiraban al sacerdocio, despertando la admiración de todos. Cuando acabo de cumplir los ochenta, fue la única vez en mi vida que vi la expresión de la perfección evangélica en alguien.

Sus inicios sacerdotales

Juan Sáez Hurtado fue ordenado sacerdote el 26 de mayo de 1923 por el obispo de Cartagena, Vicente Alonso y Salgado, en la capilla del Palacio Episcopal de Murcia. Celebró su primera misa el 17 de junio en la iglesia de San Pedro de Alcantarilla. Su primer cargo fue padre coadjutor de la parroquia de Molina de Segura. Solo permaneció allí durante un año, pero fue suficiente para que los fieles le recordaran como un sacerdote cercano a la gente, simple y atento a los pobres. Incluso creará el Oratorio de San Luis Gonzaga para los jóvenes de Molina.

En 1924, fue nombrado rector de la parroquia de Bormate, en la provincia de Albacete. Además de la oficina de los feligreses, también será el capellán de una comunidad de religiosos. Sus virtudes humanas y espirituales le dan una vez más la simpatía de los fieles, y es a menudo llamado el "santo cura de Bormate".

De 1929 a 1932, Juan Sáez Hurtado fue nombrado administrador de la parroquia de La Gineta. Su actividad se destacó por sus acciones en favor de los más necesitados y su dedicación a los niños y jóvenes. Allí, se le llama el "buen sacerdote". Cumplirá las mismas funciones en la parroquia de Beniaján desde 1932 hasta 1936.

Durante la Guerra Civil Español

En julio de 1936, Juan Sáez Hurtado fue nombrado párroco de la parroquia de San Jun Bautista de Alquerías, en la provincia de Murcia. Unas semanas más tarde, estalló la Guerra Civil Española y las persecuciones contra el clero, en la zona republicana, se desataron. Para evitar poner en peligro la vida de sus feligreses, Juan Sáez Hurtado se refugia en su pueblo natal, en Alcantarilla.

A pesar de las redadas y las incursiones de los milicianos en Alcantarilla, el padre Sáez nunca fue descubierto. Ariesgando su vida continuó ejerciendo su ministerio sacerdotal en secreto, celebrando la misa. Confesando y repartiendo los sacramentos en el hogar familiar. Sacerdotes, monjas y especialmente feligreses de Molina de Segura vinieron a buscar refugio con él.

Años 1940-1950

En 1939, Juan Sáez Hurtado fue nombrado administrador de la parroquia de San Cristóbal de Lorca. En 1940, una mujer se le acerca y le pide su intercesión para que tenga un hijo y sobreviva. Había tenido cuatro hijos, pero todos murieron a una edad temprana. El padre Sáez la consoló y le dijo que tendría un hijo, que sobreviviría, y quién se convertiría en sacerdote. De hecho, todo salió bien y el niño, llamado Ramón Fernández Miñarro, se convirtió en el párroco de San Juan Bautista de Aquerías.

De 1941 a 1945, Juan Sáez Hurtado fue designado para la parroquia de Torreagüerra. Trabajó para ayudar a las personas que sufrían la miseria material y espiritual después de los desastres causados ​​por la guerra civil. Destinado como ecónomo de Aljucer, fue finalmente párroco de Nuestra Señora de los Dolores desde julio de 1945 hasta marzo de 1950. Al igual que en su última parroquia, ayudó a los más necesitados, a las familias arruinadas por la guerra, reorganizó la parroquia y dinamizó la vida religiosa después de las persecuciones contra el clero. Considerado como santo, los feligreses de Aljucer dicen que están orgullosos de haberlo contado entre sus sacerdotes.

Juan Sáez Hurtado lleva una vida austera y sus muchas trabajos le fatigan. En 1949 y 1950, se retiró por unos días al monasterio de la Luz para descansar y dedicarse por completo a la oración y al retiro espiritual. Al mismo tiempo, servirá como capellán de las Hermanas de Cristo crucificadas en el Convento de Villa Pilar. Muchas monjas testificaron en su proceso de beatificación para describir cuán fervientemente oró y celebró la misa, y para informar sobre la guía espiritual que recibieron. En 1950, sus superiores lo trasladaron a Beniaján como administrador. Una vez más, realizó muchas obras en favor los feligreses más pobres.

Años 1960-1970

En 1955, fue nombrado párroco de la parroquia de San Pablo de Abarán. Juan Sáez Hurtado alentó la Acción Católica, especialmente para jóvenes y mujeres. Visitando a los pobres y los enfermos con mucha frecuencia, realizaba obras de caridad. Es más, sus cursos de predicación y catecismo tuvieron mucho éxito, y sus Misas y sus ratos de confesión atrajeron a muchos fieles. De hecho, impulsó la práctica religiosa de sus feligreses, alentándolos a una vida espiritual más sincera. A partir de la década de 1960, su dinámico ministerio sacerdotal deteriora su salud y en 1964 sufre una hernia discal. En 1972, abandonó Abarán.

Juan Sáez Hurtado es nombrado entonces confesor y sacristán de la Catedral de Murcia. A partir de entonces, está enfermo y lleva una vida discreta. Sin embargo, celebró en 1973 su Jubileo de Oro Sacerdotal, con motivo del quincuagésimo aniversario de su ordenación, en Abarán. Fue una gran manifestación de cariño que le manifestaron sus feligreses de Abarán.

Enfermedad y deceso

A pesar de su discreto ministerio en la catedral de Murcia, los días en el confesionario son largos y agotadores, y los fieles se reparten todo el día para recibir su absolución o sus consejos. Su salud se deteriora cada vez más, se ve obligado a ser hospitalizado en El Palmar. Fue allí donde murió el 8 de agosto de 1982, alrededor del mediodía. Sus últimas palabras fueron una invocación a la Virgen María: "¡Mi madre! "

Su funeral se celebró en Alcantarilla, con la asistencia de varios miles de fieles, al día siguiente.


BEATIFICACIÓN. 

El 9 de julio de 1993, la Congregación para las Causas de los Santos autorizó a la diócesis de Cartagena a iniciar el procedimiento de beatificación y canonización de Juan Sáez Hurtado. La investigación diocesana terminó el 18 de diciembre de 1998 y fue enviada a Roma para ser estudiada por la Santa Sede.


El 20 de enero de 2017, el Papa Francisco reconoce la heroicidad de sus virtudes y le declara venerable.



martes, 7 de abril de 2020

El Tribunal Supremo australiano anula por unanimidad la condena contra el cardenal Pell.

El Tribunal Supremo australiano ha anulado con la unanimidad de los siete jueces la decisión del Tribunal de Victoria de rechazar la apelación del cardenal George Pell contra la sentencia que le condenó a seis años de cárcel por abuso de menores. En consecuencia, el purpurado australiano, de 78 años de edad, abandonó a las pocas horas la prisión de máxima seguridad de Barwon, a la que fue trasladado en enero cuando se descubrió un dron sobre la cárcel de Melbourne donde se encontraba.

La decisión del Tribunal Supremo fue comunicada por la juez Susan Kiefel pocos minutos después de las diez de la mañana (hora local) de este martes en el edificio de la sede judicial, ante un escaso público: siete periodistas y dos abogados. No hay apelación posible, por lo que el asunto queda definitivamente zanjado y el cardenal exonerado de toda culpa.


Un delito física y cronológicamente imposible:

Pell fue condenado en enero de 2019 a seis años de prisión por delitos de agresión sexual contra dos niños de 13 años que formaban parte del coro de la catedral de Melbourne en 1996, cuando fue nombrado arzobispo de la diócesis. Al haber fallecido en 2014 por sobredosis una de las supuestas víctimas (que nunca declaró haber sido atacado), la condena se basó exclusivamente en el testimonio de la otra.

El cargo principal era una felación que el cardenal (todavía revestido para decir misa) habría obligado al chico a practicarle en los cinco minutos posteriores a una de sus primeras misas dominicales en el templo, en la sacristía donde se desvestían todos los participantes en la ceremonia, y con la puerta abierta.

Más de veinte testigos, entre ellos el maestro de ceremonias, monseñor Charles Portelli, y el sacristán de la catedral, Max Potter, declararon que siempre acompañaban al obispo al finalizar las funciones litúrgicas, y que la sacristía era un lugar de continua entrada y salida de personas tras la liturgia dominical, lo que en cualquier caso hacía absolutamente inverosímil que aquel lugar y aquel momentos fueran elegido como lugar para un acto de esta naturaleza.

Esa imposibilidad física y cronológica fue corroborada mediante una reconstrucción de los hechos por el periodista Andrew Bolt, de Sky Australia, una cadena no precisamente favorable al cardenal. Además, durante el reconocimiento de la sacristía practicado por el denunciante, éste afirmó recordar elementos mobiliarios -como una pequeña cocina- que se instalaron allí después de 1996.

Sin embargo, el tribunal consideró creíble y veraz la declaración de la supuesta víctima, y sobre ese fundamento condenó a Pell. (Hay que señalar que el cardenal había sido previamente absuelto de todo ello, pero se ordenó repetir el juicio, siendo entonces condenado.)

Rotunda sentencia del Tribunal Supremo

En la apelación ante el Tribunal de Victoria, el 21 de agosto, uno de los jueces subrayó estas incoherencias al votar a favor del cardenal, pero quedó en minoría. Ahora el Tribunal Supremo ha venido a darle la razón, al establecer que los jueces de apelación debieron estimar los argumentos de la defensa. 

Según la sentencia dada a conocer este martes, el Tribunal Supremo ha entendido que el Tribunal de Victoria, "actuando racionalmente ante la totalidad de la prueba, debió haber mantenido una duda sobre la culpabilidad del acusado respecto a cada uno de los delitos de los que se le acusaba, ordenando la anulación de las condenas y sustituyéndolas por absoluciones".

"Había una razonable posibilidad", insisten, "de que el delito no hubiese tenido lugar, por lo que debería haber habido una duda razonable sobre la culpabilidad del acusado".

¿Y por qué había esa razonable posibilidad? Lo dice también la sentencia, al recoger uno de los hechos más sorprendentes del juicio: que la acusación no intentase en ningún momento contrarrestar la declaración de los testigos de la defensa.

En efecto, como se encargaron de destacar el pasado 11 de marzo los abogados de Pell ante los jueces que ahora les han dado la razón, durante el juicio todos los testigos los presentó la defensa... y la acusación nunca intentó desacreditarlos. 

Por tanto, aun si se diese por veraz el testimonio de la víctima, el fiscal no había hecho nada por desmentir los hechos que se desprendían de las declaraciones de los testigos. Que son, tal como recoge la sentencia: 1) que el acusado solía saludar a quienes habían ido a misa en la misma catedral o a unos pasos de ella; 2) que forma parte de la liturgia de la Iglesia que el arzobispos siempre esté acompañado en el interior de la catedral mientras tenga puestas las vestiduras litúrgicas; 3) que la sacristía era un lugar de continua entrada y salida de personas durante los diez o quince minutos posteriores a la procesión de salida de la misa solemne dominical.

La sentencia dada a conocer este martes concluye citando en su apoyo dos precedentes de sentencia de 1991 y 1994 que establecen como razón para anular una condena "la significativa posibilidad de que una persona inocente haya sido condenada con unas pruebas que no establecían la culpabilidad con el grado de prueba requerido".

lunes, 6 de abril de 2020

MENSAJE DE SAN JUAN PABLO II EN LA CUARESMA DE 2005

MENSAJE DEL SANTO PADRE
JUAN PABLO II
PARA LA CUARESMA 2005

 

¡Queridos Hermanos y Hermanas!

1. Cada año, la Cuaresma nos propone un tiempo propicio para intensificar la oración y la penitencia y para abrir el corazón a la acogida dócil de la voluntad divina. Ella nos invita a recorrer un itinerario espiritual que nos prepara a revivir el gran misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo, ante todo mediante la escucha asidua de la Palabra de Dios y la práctica más intensa de la mortificación, gracias a la cual podemos ayudar con mayor generosidad al prójimo necesitado.

Es mi deseo proponer este año a vuestra atención, amados Hermanos y Hermanas, un tema de gran actualidad, ilustrado apropiadamente por estos versículos del libro del Deuteronomio: “En Él está tu vida, así como la prolongación de tus días” (Dt 30,20). Son palabras que Moisés dirige al pueblo invitándolo a estrechar la alianza con el Señor en el país de Moab, “Escoge la vida, para que vivas, tú y tu descendencia, amando al Señor tu Dios, escuchando su voz, viviendo unido a Él” (Dt 30, 19-20). La fidelidad a esta alianza divina, constituye para Israel una garantía de futuro, “mientras habites en la tierra que el Señor juró dar a tus padres Abrahán, Isaac y Jacob” (Dt 30,20). Llegar a la edad madura es, en la visual bíblica, signo de la bendición y de la benevolencia del Altísimo. La longevidad se presenta de este modo, como un especial don divino.

Desearía que durante la Cuaresma pudiéramos reflexionar sobre este tema. Ello nos ayudará a alcanzar una mayor comprensión de la función que las personas ancianas están llamadas a ejercer en la sociedad y en la Iglesia, y, de este modo, disponer también nuestro espíritu a la afectuosa acogida que a éstos se debe. En la sociedad moderna, gracias a la contribución de la ciencia y de la medicina, estamos asistiendo a una prolongación de la vida humana y a un consiguiente incremento del número de las personas ancianas. Todo ello solicita una atención más específica al mundo de la llamada "tercera edad”, con el fin de ayudar a estas personas a vivir sus grandes potencialidades con mayor plenitud, poniéndolas al servicio de toda la comunidad. El cuidado de las personas ancianas, sobre todo cuando atraviesan momentos difíciles, debe estar en el centro de interés de todos los fieles, especialmente de las comunidades eclesiales de las sociedades occidentales, donde dicha realidad se encuentra presente en modo particular.

2. La vida del hombre es un don precioso que hay que amar y defender en cada fase. El mandamiento "No matarás", exige siempre el respeto y la promoción de la vida, desde su principio hasta su ocaso natural. Es un mandamiento que no pierde su vigencia ante la presencia de las enfermedades, y cuando el debilitamiento de las fuerzas reduce la autonomía del ser humano. Si el envejecimiento, con sus inevitables condicionamientos, es acogido serenamente a la luz de la fe, puede convertirse en una ocasión maravillosa para comprender y vivir el misterio de la Cruz, que da un sentido completo a la existencia humana.  

Es en esta perspectiva que el anciano necesita ser comprendido y ayudado. Deseo expresar mi estima a cuantos trabajan con denuedo por afrontar estas exigencias y os exhorto a todos, amadísimos hermanos y hermanas, a aprovechar esta Cuaresma para ofrecer también vuestra generosa contribución personal. Vuestra ayuda permitirá a muchos ancianos que no se sientan un peso para la comunidad o, incluso, para sus propias familias, y evitará que vivan en una situación de soledad, que los expone fácilmente a la tentación de encerrarse en sí mismos y al desánimo.

Hay que hacer crecer en la opinión pública la conciencia de que los ancianos constituyen, en todo caso, un gran valor que debe ser debidamente apreciado y acogido. Deben ser incrementadas, por tanto, las ayudas económicas y las iniciativas legislativas que eviten su exclusión de la vida social. Es justo señalar que, en las últimas décadas, la sociedad está prestando mayor atención a sus exigencias, y que la medicina ha desarrollado terapias paliativas que, con una visión integral del ser humano, resultan particularmente beneficiosas para los enfermos.

3. El mayor tiempo a disposición en esta fase de la existencia, brinda a las personas ancianas la oportunidad de afrontar interrogantes existenciales, que quizás habían sido descuidados anteriormente por la prioridad que se otorgaba a cuestiones consideradas más apremiantes. La conciencia de la cercanía de la meta final, induce al anciano a concentrarse en lo esencial, en aquello que el paso de los años no destruye.

Es precisamente por esta condición, que el anciano puede desarrollar una gran función en la sociedad. Si es cierto que el hombre vive de la herencia de quien le ha precedido, y su futuro depende de manera determinante de cómo le han sido transmitidos los valores de la cultura del pueblo al que pertenece, la sabiduría y la experiencia de los ancianos pueden iluminar el camino del hombre en la vía del progreso hacia una forma de civilización cada vez más plena.  

¡Qué importante es descubrir este recíproco enriquecimiento entre las distintas generaciones! La Cuaresma, con su fuerte llamada a la conversión y a la solidaridad, nos ayuda este año a reflexionar sobre estos importantes temas que atañen a todos. ¿Qué sucedería si el Pueblo de Dios cediera a una cierta mentalidad actual que considera casi inútiles a estos hermanos nuestros, cuando merman sus capacidades por los achaques de la edad o de la enfermedad? ¡Qué diferentes serán nuestras comunidades si, a partir de la familia, trataremos de mantenernos siempre con actitud abierta y acogedora hacia ellos!

4. Queridos Hermanos y Hermanas, durante la Cuaresma, ayudados por la Palabra de Dios, meditemos cuán importante es que cada comunidad acompañe con comprensión y con cariño a aquellos hermanos y hermanas que envejecen. Además, todos debemos acostumbrarnos a pensar con confianza en el misterio de la muerte, para que el encuentro definitivo con Dios acontezca en un clima de paz interior, en la certeza que nos acogerá Aquel "que me ha tejido en el vientre de mi madre" (Sal 139,13b), y nos ha creado "a su imagen y semejanza" (Gn l, 26).

María, nuestra guía en el itinerario cuaresmal, conduzca a todos los creyentes, especialmente a las personas ancianas, a un conocimiento cada vez más profundo de Cristo muerto y resucitado, razón última de nuestra existencia. Ella, la fiel sierva de su divino Hijo, junto a Santa Ana y a San Joaquín, intercedan por cada uno de nosotros “ahora y en la hora de nuestra muerte."

Con afecto os imparto mi Bendición.  

Vaticano, 8 de septiembre de 2004

IOANNES PAULUS PP II