domingo, 14 de junio de 2020

EL PADRE PÍO Y LAS APARICIONES DE GARABANDAL (ESPAÑA)


Muchas personas escriben y hablan sobre las apariciones de San Sebastián de Garabandal. Eso es una buena señal, porque muestra el gran interés que siguen suscitando los hechos allí ocurridos. Pero, ante cualquier acontecimiento, a quien queremos escuchar es a los testigos, a los que vieron en primera persona lo que pasó, a los que conocieron de primera mano a sus protagonistas. Eso mismo nos sucede en Garabandal: queremos escuchar a los que lo vivieron; queremos saber qué pruebas recibieron para creer que la Virgen estaba allí; queremos escuchar sus reflexiones y también sus argumentos.Y también queremos saber qué frutos está dando Garabandal: queremos escuchar a esos otros testigos que afirman que la vida les cambió en Garabandal porque recibieron allí una gracia de conversión, de sanación espiritual o incluso física, de crecimiento en la fe, de consuelo interior. Con esta sección están invitados a contribuir todos los que se experimenten —de una forma o de otra— testigos de las apariciones de Garabandal. 

SAN PÍO DE PIETRELCINA Y GARABANDAL

padrepioSan Pío de Pietrelcina es uno de los santos más conocidos del siglo XX. Sus fenómenos místicos, el don de leer en las almas y los milagros que hacía, movieron a miles de personas a atravesar, no solo Italia, sino el mundo entero para encontrarlo. El P. Pío creyó en los fenómenos de Garabandal, mantuvo relación epistolar con las videntes e incluso recibió a una de ellas, Conchita González, en su convento de San Giovanni Rotondo. Varios hijos espirituales del P. Pío refieren que él les habló de Garabandal o les invitó a conocer lo que estaba pasando allí, asegurándoles ser cierto que la Virgen se aparecía a las cuatro niñas.

Para profundizar en este tema, les ofrecemos en este artículo un extracto del libro «Garabandal, mensaje de Esperanza» —tesis de licenciatura del P. José Luis Saavedra— en el que se estudia la particular relación del P. Pío con los fenómenos de Garabandal.

En marzo de 1962 llega a Garabandal una misteriosa carta. Viene dirigida a las cuatro videntes, pero no está́ firmada. Menciona, eso sí́, una comunicación sobrenatural del remitente acerca de Garabandal y está escrita en italiano, con fecha de 3 de marzo de 1962. La identidad del remitente no tardará en ser descubierta, dando lugar a un trato cercano con las videntes, que en alguna ocasión llegarán a visitarlo. Es San Pío de Pietrelcina (1887-1968). Fue Conchita quien abrió́ la carta y Félix López, un seminarista de Bilbao que estaba presente, se la tradujo:

«Queridas niñas: a las nueve horas de esta mañana, la Santa Virgen me ha dicho que os diga: “¡Oh benditas muchachas de San Sebastián de Garabandal! Yo os prometo que estaré́ con vosotras hasta el fin de los tiempos, y vosotras estaréis conmigo en el fin del mundo. Y después, unidas a mí en la gloria del paraíso”. Os mando copia del santo rosario de Fátima, que la Virgen me ha ordenado os mande. Este rosario ha sido dictado por la Santa Virgen y debe ser propagado para salvación de los pecadores y preservación de la humanidad de los peores castigos con que el buen Dios está amenazando. Solo os doy un consejo: rezad y haced rezar, porque el mundo está sobre el comienzo de la perdición. No creen en vosotras, ni en vuestros coloquios con la blanca Señora... Creerán cuando sea demasiado tarde».

En el breve texto de la carta se acumulan las referencias a pasajes de las apariciones: la cercanía de la Virgen, la importancia de la oración... Aunque quizá́ lo más sorprendente es la cita casi textual de una reiterada respuesta de la Señora, cuando las niñas le piden pruebas para que la gente crea. «Ya creerán» responde siempre la Señora. «Creerán –escribe ahora el capuchino– cuando sea demasiado tarde».

En febrero de 1975, en una entrevista para la revista Needles —después Garabandal Journal—, Conchita relata su impresión ante esta carta:

«Yo quedé extrañada de lo que decía y, como venía sin firma, la guardé en mi bolsillo hasta el momento de la aparición. Cuando apareció nuestra Santa Madre, yo le enseñé la carta y le pregunté de quien era. Nuestra Santa Madre contestó que venía de parte del Padre Pío. Yo no sabía entonces quien era el Padre Pío, y no se me ocurrió́ preguntar más.

Después de la aparición estuvimos comentando lo de la carta. Entonces, un seminarista que estaba allí (Félix López) me explicó quién era el P. Pío y dónde vivía. Yo le escribí diciéndole que, cuando hiciera alguna visita a mi país, me gustaría mucho verle... Me contestó con una breve carta en que decía: “¿Crees tú que yo puedo salir y entrar por las chimeneas?”. A mis doce años, yo no tenía ni idea de lo que podía ser un monasterio».

«¿Conserva usted esas dos cartas?»

«Sí».

En febrero de 1966 Conchita viaja a Roma. Ha sido llamada por el Pro-prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el Cardenal Ottaviani. La joven se pone en camino acompañada por su madre Aniceta, Luis J. Luna (Párroco de Garabandal en sustitución de don Valentín el verano anterior) y una ilustre señora, Cecilia De Borbón-Parma, miembro de la familia real carlista y «artífice del éxito que el viaje tuvo». En este viaje, uno de los contactos de la pequeña expedición es el Dr. Enrico Medi, amigo y médico personal del Beato Pablo VI. Medi sugiere aprovechar su viaje para visitar San Giovanni Rotondo y ver al Padre Pío. A Conchita le alegra mucho esta posibilidad, pues recuerda vivamente el mensaje que el capuchino les había transmitido en su carta de parte de la Señora: «Os prometo que estaréis unidas a mí en la gloria del paraíso».

Conchita misma es quien relata la escena: «Llegamos como a las nueve de la noche y nos dijeron que no podríamos ver al Padre Pío hasta la mañana siguiente en su misa de cinco. Antes de misa, el Padre Luna y el profesor [Medi] fueron a la sacristía. El profesor me contó más tarde lo que ocurrió allí. Dijo que el Padre Luna había dicho al Padre Pío que la Princesa de España estaba allí́ para verle (Cecilia De Borbón-Parma). El Padre Pío dijo entonces al Padre Luna: “No me siento bien y no podré verla hasta más tarde hoy”. El profesor Medi dijo entonces: “Hay otra persona que quiere verlo también. Conchita quiere hablar con usted”. Padre Pío dijo entonces: “¿Conchita de Garabandal? Vengan a las ocho de la mañana”.

Al llegar, fuimos conducidos a un pequeño cuarto, una celda, que tenía una cama, una silla y una pequeña mesita... Recuerdo que [yo] tenía el crucifijo besado por Nuestra Señora, y que dije al Padre Pío: “Esta es la Cruz besada por la Santísima Virgen. ¿Quisiera besarla?” Padre Pío tomó entonces el Cristo y lo colocó en la palma de su mano izquierda, sobre el estigma. Tomó entonces mi mano, que colocó sobre el crucifijo... bendijo mi mano y la cruz... mientras me hablaba”».

La joven —tiene 16 años—, entre la emoción y los nervios, no logrará recordar lo que le dice entonces el santo de los estigmas. Sin embargo, datos de sobra prueban la benevolencia y cariño con que el capuchino miraba los fenómenos de Garabandal, cosa que, además, manifestará en más ocasiones.

De hecho, son varios los testimonios de personas que han sido dirigidos hacia Garabandal por el estigmatizado del Gargano. Destaca Joachim Bouflet, doctor y profesor de filosofía en la Universidad de la Sorbona de París y consultor de la Congregación para las Causas de los Santos en Roma. Bouflet, la tarde del 23 de agosto de 1968, tras confesarse con el Padre Pío en el claustro del convento de San Giovanni Rotondo, habló algunos instantes con él. Al terminar la confesión, el padre le dijo: «Reza a la Madonna. Conságrate a la Virgen del Carmelo que se apareció en Garabandal». Bouflet quedó confuso, por lo que el padre insistió: «Conságrate a la Virgen del Carmelo que se apareció́ en Garabandal». Al fin, el francés le preguntó: «¿Las apariciones de Garabandal...? ¿Entonces es cierto?». A lo que el capuchino respondió con viveza «Certo è vero!». Así de efusivamente —¡Claro que es verdad!— el Padre Pío muestra su aprecio por Garabandal. Por eso anima a sus dirigidos a acercarse a las apariciones.

Otros santos han mostrado interés en los fenómenos de Garabandal. Pero la forma en que el Padre Pío se involucró́ es del todo singular. Conchita cita su nombre en su Diario, anunciando que —según la aparición— él, desde donde esté, verá el milagro. Por eso, cuando el capuchino muere, en 1968, Conchita quedó perpleja. Sin embargo, un mes más tarde de la muerte del santo, el 16 de octubre de 1968, la joven recibe un telegrama de Lourdes. En él se le pedía acudir allí para recibir una carta que el Padre Pío había dejado para ella. Dos franceses que están en Garabandal, el Padre Alfred Combe y Bernard L’Huillier, se ofrecen a llevar a Conchita y a su madre a Lourdes. Se ponen en marcha esa misma noche. En Lourdes les espera el Padre Bernardino Cennamo, O.F.M. Cennamo explica a la joven que el Padre Pellegrino, sacerdote al cuidado del Padre Pío durante sus últimos años, había transcrito una nota para ella dictada por el santo.

El Padre Cennamo reconoce no haber creído en Garabandal al principio, pero confiesa a Conchita que cuando el Padre Pío le pidió́ dar a Conchita el velo que cubriría su rostro después de su muerte, cambió de parecer. En Lourdes, ese día, «el velo y la carta fueron entregados a Conchita». Pero a ella le interesaba aún más otra cuestión. Y enseguida la presentó al Padre Cennamo: «¿Por qué la Virgen me dijo que el Padre Pío iba a ver el milagro y él ha muerto?» A lo que el capuchino responde: «Él vio el milagro antes de morir. Me lo dijo él mismo». Si esto fue así, el santo de los estigmas entra con ello en el estrecho círculo de los protagonistas de Garabandal al ver, poco antes de su muerte, el gran milagro anunciado. Vincula Padre Pío a Garabandal, pues, mucho más que un piadoso interés espiritual por su mensaje, al anticipar sobrenaturalmente la visión del milagro que ni las mismas videntes han tenido



jueves, 14 de mayo de 2020

DON DOLINDO RUOTOLO: EL ACTO DE ABANDONO A JESÚS.

DON DOLINDO RUOTOLO: EL ACTO DE ABANDONO A JESÚS. 

Don Dolindo Ruotolo, fue un sacerdote y el terciario franciscano del siglo XX. Nació en Nápoles el 06 de octubre de 1882 de una familia muy pobre, Dolindo, cuyo nombre significa "dolor", Inmediatamente experimentó dolor y sufrimiento: con solo 11 meses fue operado en el dorso de sus manos y poco después se sometió a una cirugía en la mejilla. Sufrió de hambre cuando era niño debido a la precaria situación económica con la que tuvo que lidiar con la gran familia de 11 hermanos. Tras la separación de la Los padresa la edad de 14 años, Dolindo fue enviado a la Escuela Apostólica de los Sacerdotes de la Misión, donde tomó sus votos y se convirtió en un ardiente sacerdote de amor por Cristo.

El sufrimiento caracterizó toda su existencia, incluido el período del seminario y el de los sacerdotes: de hecho fue acusado de ser un "hereje formal y dogmático", fue suspendido de un divinis y sometido a experiencia psiquiátrica, de la cual estaba sano, expulsado de su congregación y sometido a exorcismo, fue sometido a juicios y condenas y fue rehabilitado definitivamente el 17 de julio de 1937, a la edad de 55 años en Nápoles, en la iglesia de San Giuseppe dei Nudi, donde continuó su vida sacerdotal y compuso escritos autobiográficos y doctrina cristiana.

Perfume de santidad

Don Dolindo se distinguió por su completa confianza en Dios, su mansedumbre, profunda humildad, amor a la verdad y paciencia heroica, virtudes que le permitieron luchar contra toda adversidad. Su amor por Dios y por la Iglesia fue tan fuerte que el 9 de junio de 1910, antes del Santísimo Sacramento, se inmoló ante Dios como víctima del iglesia y para sacerdotes. Sus días comenzaron muy temprano, a las 2.30 de la mañana y terminaron muy tarde, a veces incluso a la medianoche y se dedicaron por completo a Dios y al prójimo, con la recitación de numerosos rosarios y oraciones, con el estudio de textos sagrados y con dedicación a los pobres y enfermos.

Acto de abandono a Jesús

Muchas de sus obras fueron escritas en honor a Jesús, un Santísima María y en el Espíritu santo pero el más conocido es seguramente "el Acto de abandono en Jesús (contra las ansiedades y las aflicciones) ". Con él, el humilde sacerdote nos invita a no tener fe en nuestras fuerzas débiles, a no desanimarnos en las dificultades de la vida, sino a presentarles con humildad y completo abandono a Jesús confiando en su infinito amor por nosotros, permitiéndole cuidar totalmente de nosotros.

Hubo muchos curaciones y los favores obtenidos por las personas pobres que siguieron el consejo de Don Dolindo, en particular para las personas que se abandonaron a la Divina Providencia, testificando así el poder de la gracia que tal acto de abandono puede otorgar.

Jesús piensa en eso

Jesús le dijo al humilde sacerdote:

“¿Por qué estás confundido por preocuparte? Déjame el cuidado de tus asuntos y todo se calmará. Te digo la verdad que cada acto de abandono verdadero, ciego y completo hacia Mí produce el efecto que deseas y resuelve todas las situaciones difíciles.

Rendirse a Mí no significa enojarse, enojarse y desesperarse, luego volverse hacia Mí uno oración agitado porque te seguiré, y así cambiaré la agitación en la oración. Abandonarse a sí mismo significa cerrar plácidamente los ojos del alma, apartar el pensamiento de la tribulación y entregarse a Mí para que solo Yo los haga encontrar, como niños dormidos en los brazos de la madre, en la otra orilla. Lo que te molesta y te hiere inmensamente es tu razonamiento, tu pensamiento, tu molestia y tu disposición a toda costa para proveer lo que te aflige.

¡Cuántas cosas trabajo cuando el alma, tanto en sus necesidades espirituales como materiales, se vuelve hacia Mí, me mira y me dice: "PIENSA EN ELLA", cierra los ojos y descansa! Tienes pocas gracias cuando regañas para producirlas, tienes muchas cuando la oración me es encomendada por completo. Tu dolor reza porque yo trabajo, pero porque trabajo como crees ...

No te vuelvas a Mí, pero quieres que me adapte a tus ideas; Usted no está enfermo si le pide tratamiento al médico, pero si se lo sugiere. No hagas esto, pero reza como te enseñé en el Padrenuestro: "Santificado sea tu nombre", es decir, glorifícate en mi necesidad; "Venga tu reino", es decir, todos contribuyen a tu reino en nosotros y en el mundo; "Hágase tu voluntad", es decir, piense, si realmente me dice: "Hágase tu voluntad", que es lo mismo que decir: "PIENSA EN TI", intervengo con toda mi omnipotencia y resuelvo las situaciones más cerradas. Aquí, ¿ves que la enfermedad está presionando en lugar de decaer? No se enoje, cierre los ojos y dígame con confianza: "Hágase tu voluntad, PIENSE EN ELLA". Te digo que lo pienso, que intervengo como médico, y también hago un milagro cuando sea necesario ¿Ves que la persona enferma está empeorando? No se enoje, pero cierre los ojos y diga: "PIENSE EN ELLO". Te digo que lo pienso.

La preocupación, la agitación y el deseo de pensar en las consecuencias de un hecho están en contra del abandono. Es como la confusión que traen los niños, que esperan que la madre piense en sus necesidades, y quieren pensar en ello, lo que dificulta su trabajo con sus ideas y sus sentimientos infantiles.

Solo pienso en ello cuando cierras los ojos. No duermes, quieres evaluarlo todo, escudriñarlo todo, confiando solo en los hombres. Eres insomne, quieres evaluarlo todo, escudriñarlo todo, pensar por completo y, por lo tanto, abandonarte a las fuerzas humanas, o peor a los hombres, confiando en su intervención. Esto es lo que dificulta mis palabras y mis puntos de vista.

¡Oh, cómo deseo que te abandone para beneficiarte, y cómo me emociona verte agitada! Satanás tiende precisamente a esto: agitarlo para alejarlo de Mi acción y arrojarlo a las iniciativas humanas. Por lo tanto, confía solo en Mí, descansa en Mí, ríndete a Mí en todo. Trabajo milagros en proporción al abandono total en Mí, y a no pensar en ti; ¡Extiendo tesoros de gracia cuando estás en la pobreza total! Si tienes tus recursos, aunque solo sea un poco, o si los estás buscando, estás en el campo natural y, por lo tanto, sigues el camino natural de las cosas, que a menudo se ve obstaculizado por Satanás. Ningún razonador o meditador ha hecho milagros, ni siquiera entre los Santos. Quien se abandona a Dios trabaja divinamente.

Cuando vea que las cosas se complican, diga con los ojos cerrados: “¡JESÚS! PIENSE ". Y distraete, porque tu mente es aguda ... y es difícil para ti ver el mal. Confía en mí a menudo, distrayéndote a ti mismo. Haz esto para todas tus necesidades. Haz esto todos, y verás grandes, continuos y silenciosos milagros. Te juro por mi amor. Lo pensaré Ora siempre con esta disposición de abandono, y tendrás una gran paz y un gran fruto, incluso cuando te dé la gracia de la inmolación de la reparación y del amor que impone el sufrimiento. ¿Te parece imposible? Cierra los ojos y di con toda tu alma: "JESÚS PIENSA".

No te preocupes, yo me encargaré. Y bendecirás Mi nombre humillándote. Mil oraciones no valen un solo acto de abandono seguro: recuérdalo bien. No hay novena más efectiva que esta: ¡Oh Jesús, estoy abandonado a ti, piensa en ello!

viernes, 17 de abril de 2020

Don Juan Sáez

Juventud

Juan Sáez Hurtado nace en Alcantarilla en una familia modesta y religiosa. Su padre es periodista en un semanario regional y su madre es ama de casa. Es el último y tercer hijo de la familia. El fervor religioso está en lo profundo del hogar y desde muy joven, se envía a la escuela de las Hermanas Salesianas de lo Sagrado Corazón de jesus. Es recibido allí por la Madre Fundadora, la Beata Piedad de la Cruz Ortíz Real. Los últimos años de su vida, Juan Sáez Hurtado aportará su testimonio en la investigación diocesana de la causa en beatificación de la Madre Piedad. De hecho, ella jugará un papel importante en su infancia, primero como directora de la escuela donde era externo, y en su vocación religiosa. Ella alentó su vcación de sacerdote.

Juan Sáez Hurtado ingresó en el seminario de San Fulgencio de Murcia el 1 de octubre de 1910, cuando aún no tenía trece años. Se distingue rápidamente de sus compañeros de clase por su afán en la oración, el estudio, la disciplina y la discreción. Será muy apreciado por sus superiores. Su fervor fue tal que se le encomendó el cuidado de la capilla del seminario. Uno de sus amigos más íntimos, el padre Pablo Menor, dice de él: En los años 1910 a 1917, en el seminario, Juan fue un modelo para quienes aspiraban al sacerdocio, despertando la admiración de todos. Cuando acabo de cumplir los ochenta, fue la única vez en mi vida que vi la expresión de la perfección evangélica en alguien.

Sus inicios sacerdotales

Juan Sáez Hurtado fue ordenado sacerdote el 26 de mayo de 1923 por el obispo de Cartagena, Vicente Alonso y Salgado, en la capilla del Palacio Episcopal de Murcia. Celebró su primera misa el 17 de junio en la iglesia de San Pedro de Alcantarilla. Su primer cargo fue padre coadjutor de la parroquia de Molina de Segura. Solo permaneció allí durante un año, pero fue suficiente para que los fieles le recordaran como un sacerdote cercano a la gente, simple y atento a los pobres. Incluso creará el Oratorio de San Luis Gonzaga para los jóvenes de Molina.

En 1924, fue nombrado rector de la parroquia de Bormate, en la provincia de Albacete. Además de la oficina de los feligreses, también será el capellán de una comunidad de religiosos. Sus virtudes humanas y espirituales le dan una vez más la simpatía de los fieles, y es a menudo llamado el "santo cura de Bormate".

De 1929 a 1932, Juan Sáez Hurtado fue nombrado administrador de la parroquia de La Gineta. Su actividad se destacó por sus acciones en favor de los más necesitados y su dedicación a los niños y jóvenes. Allí, se le llama el "buen sacerdote". Cumplirá las mismas funciones en la parroquia de Beniaján desde 1932 hasta 1936.

Durante la Guerra Civil Español

En julio de 1936, Juan Sáez Hurtado fue nombrado párroco de la parroquia de San Jun Bautista de Alquerías, en la provincia de Murcia. Unas semanas más tarde, estalló la Guerra Civil Española y las persecuciones contra el clero, en la zona republicana, se desataron. Para evitar poner en peligro la vida de sus feligreses, Juan Sáez Hurtado se refugia en su pueblo natal, en Alcantarilla.

A pesar de las redadas y las incursiones de los milicianos en Alcantarilla, el padre Sáez nunca fue descubierto. Ariesgando su vida continuó ejerciendo su ministerio sacerdotal en secreto, celebrando la misa. Confesando y repartiendo los sacramentos en el hogar familiar. Sacerdotes, monjas y especialmente feligreses de Molina de Segura vinieron a buscar refugio con él.

Años 1940-1950

En 1939, Juan Sáez Hurtado fue nombrado administrador de la parroquia de San Cristóbal de Lorca. En 1940, una mujer se le acerca y le pide su intercesión para que tenga un hijo y sobreviva. Había tenido cuatro hijos, pero todos murieron a una edad temprana. El padre Sáez la consoló y le dijo que tendría un hijo, que sobreviviría, y quién se convertiría en sacerdote. De hecho, todo salió bien y el niño, llamado Ramón Fernández Miñarro, se convirtió en el párroco de San Juan Bautista de Aquerías.

De 1941 a 1945, Juan Sáez Hurtado fue designado para la parroquia de Torreagüerra. Trabajó para ayudar a las personas que sufrían la miseria material y espiritual después de los desastres causados ​​por la guerra civil. Destinado como ecónomo de Aljucer, fue finalmente párroco de Nuestra Señora de los Dolores desde julio de 1945 hasta marzo de 1950. Al igual que en su última parroquia, ayudó a los más necesitados, a las familias arruinadas por la guerra, reorganizó la parroquia y dinamizó la vida religiosa después de las persecuciones contra el clero. Considerado como santo, los feligreses de Aljucer dicen que están orgullosos de haberlo contado entre sus sacerdotes.

Juan Sáez Hurtado lleva una vida austera y sus muchas trabajos le fatigan. En 1949 y 1950, se retiró por unos días al monasterio de la Luz para descansar y dedicarse por completo a la oración y al retiro espiritual. Al mismo tiempo, servirá como capellán de las Hermanas de Cristo crucificadas en el Convento de Villa Pilar. Muchas monjas testificaron en su proceso de beatificación para describir cuán fervientemente oró y celebró la misa, y para informar sobre la guía espiritual que recibieron. En 1950, sus superiores lo trasladaron a Beniaján como administrador. Una vez más, realizó muchas obras en favor los feligreses más pobres.

Años 1960-1970

En 1955, fue nombrado párroco de la parroquia de San Pablo de Abarán. Juan Sáez Hurtado alentó la Acción Católica, especialmente para jóvenes y mujeres. Visitando a los pobres y los enfermos con mucha frecuencia, realizaba obras de caridad. Es más, sus cursos de predicación y catecismo tuvieron mucho éxito, y sus Misas y sus ratos de confesión atrajeron a muchos fieles. De hecho, impulsó la práctica religiosa de sus feligreses, alentándolos a una vida espiritual más sincera. A partir de la década de 1960, su dinámico ministerio sacerdotal deteriora su salud y en 1964 sufre una hernia discal. En 1972, abandonó Abarán.

Juan Sáez Hurtado es nombrado entonces confesor y sacristán de la Catedral de Murcia. A partir de entonces, está enfermo y lleva una vida discreta. Sin embargo, celebró en 1973 su Jubileo de Oro Sacerdotal, con motivo del quincuagésimo aniversario de su ordenación, en Abarán. Fue una gran manifestación de cariño que le manifestaron sus feligreses de Abarán.

Enfermedad y deceso

A pesar de su discreto ministerio en la catedral de Murcia, los días en el confesionario son largos y agotadores, y los fieles se reparten todo el día para recibir su absolución o sus consejos. Su salud se deteriora cada vez más, se ve obligado a ser hospitalizado en El Palmar. Fue allí donde murió el 8 de agosto de 1982, alrededor del mediodía. Sus últimas palabras fueron una invocación a la Virgen María: "¡Mi madre! "

Su funeral se celebró en Alcantarilla, con la asistencia de varios miles de fieles, al día siguiente.


BEATIFICACIÓN. 

El 9 de julio de 1993, la Congregación para las Causas de los Santos autorizó a la diócesis de Cartagena a iniciar el procedimiento de beatificación y canonización de Juan Sáez Hurtado. La investigación diocesana terminó el 18 de diciembre de 1998 y fue enviada a Roma para ser estudiada por la Santa Sede.


El 20 de enero de 2017, el Papa Francisco reconoce la heroicidad de sus virtudes y le declara venerable.



martes, 7 de abril de 2020

El Tribunal Supremo australiano anula por unanimidad la condena contra el cardenal Pell.

El Tribunal Supremo australiano ha anulado con la unanimidad de los siete jueces la decisión del Tribunal de Victoria de rechazar la apelación del cardenal George Pell contra la sentencia que le condenó a seis años de cárcel por abuso de menores. En consecuencia, el purpurado australiano, de 78 años de edad, abandonó a las pocas horas la prisión de máxima seguridad de Barwon, a la que fue trasladado en enero cuando se descubrió un dron sobre la cárcel de Melbourne donde se encontraba.

La decisión del Tribunal Supremo fue comunicada por la juez Susan Kiefel pocos minutos después de las diez de la mañana (hora local) de este martes en el edificio de la sede judicial, ante un escaso público: siete periodistas y dos abogados. No hay apelación posible, por lo que el asunto queda definitivamente zanjado y el cardenal exonerado de toda culpa.


Un delito física y cronológicamente imposible:

Pell fue condenado en enero de 2019 a seis años de prisión por delitos de agresión sexual contra dos niños de 13 años que formaban parte del coro de la catedral de Melbourne en 1996, cuando fue nombrado arzobispo de la diócesis. Al haber fallecido en 2014 por sobredosis una de las supuestas víctimas (que nunca declaró haber sido atacado), la condena se basó exclusivamente en el testimonio de la otra.

El cargo principal era una felación que el cardenal (todavía revestido para decir misa) habría obligado al chico a practicarle en los cinco minutos posteriores a una de sus primeras misas dominicales en el templo, en la sacristía donde se desvestían todos los participantes en la ceremonia, y con la puerta abierta.

Más de veinte testigos, entre ellos el maestro de ceremonias, monseñor Charles Portelli, y el sacristán de la catedral, Max Potter, declararon que siempre acompañaban al obispo al finalizar las funciones litúrgicas, y que la sacristía era un lugar de continua entrada y salida de personas tras la liturgia dominical, lo que en cualquier caso hacía absolutamente inverosímil que aquel lugar y aquel momentos fueran elegido como lugar para un acto de esta naturaleza.

Esa imposibilidad física y cronológica fue corroborada mediante una reconstrucción de los hechos por el periodista Andrew Bolt, de Sky Australia, una cadena no precisamente favorable al cardenal. Además, durante el reconocimiento de la sacristía practicado por el denunciante, éste afirmó recordar elementos mobiliarios -como una pequeña cocina- que se instalaron allí después de 1996.

Sin embargo, el tribunal consideró creíble y veraz la declaración de la supuesta víctima, y sobre ese fundamento condenó a Pell. (Hay que señalar que el cardenal había sido previamente absuelto de todo ello, pero se ordenó repetir el juicio, siendo entonces condenado.)

Rotunda sentencia del Tribunal Supremo

En la apelación ante el Tribunal de Victoria, el 21 de agosto, uno de los jueces subrayó estas incoherencias al votar a favor del cardenal, pero quedó en minoría. Ahora el Tribunal Supremo ha venido a darle la razón, al establecer que los jueces de apelación debieron estimar los argumentos de la defensa. 

Según la sentencia dada a conocer este martes, el Tribunal Supremo ha entendido que el Tribunal de Victoria, "actuando racionalmente ante la totalidad de la prueba, debió haber mantenido una duda sobre la culpabilidad del acusado respecto a cada uno de los delitos de los que se le acusaba, ordenando la anulación de las condenas y sustituyéndolas por absoluciones".

"Había una razonable posibilidad", insisten, "de que el delito no hubiese tenido lugar, por lo que debería haber habido una duda razonable sobre la culpabilidad del acusado".

¿Y por qué había esa razonable posibilidad? Lo dice también la sentencia, al recoger uno de los hechos más sorprendentes del juicio: que la acusación no intentase en ningún momento contrarrestar la declaración de los testigos de la defensa.

En efecto, como se encargaron de destacar el pasado 11 de marzo los abogados de Pell ante los jueces que ahora les han dado la razón, durante el juicio todos los testigos los presentó la defensa... y la acusación nunca intentó desacreditarlos. 

Por tanto, aun si se diese por veraz el testimonio de la víctima, el fiscal no había hecho nada por desmentir los hechos que se desprendían de las declaraciones de los testigos. Que son, tal como recoge la sentencia: 1) que el acusado solía saludar a quienes habían ido a misa en la misma catedral o a unos pasos de ella; 2) que forma parte de la liturgia de la Iglesia que el arzobispos siempre esté acompañado en el interior de la catedral mientras tenga puestas las vestiduras litúrgicas; 3) que la sacristía era un lugar de continua entrada y salida de personas durante los diez o quince minutos posteriores a la procesión de salida de la misa solemne dominical.

La sentencia dada a conocer este martes concluye citando en su apoyo dos precedentes de sentencia de 1991 y 1994 que establecen como razón para anular una condena "la significativa posibilidad de que una persona inocente haya sido condenada con unas pruebas que no establecían la culpabilidad con el grado de prueba requerido".

lunes, 6 de abril de 2020

MENSAJE DE SAN JUAN PABLO II EN LA CUARESMA DE 2005

MENSAJE DEL SANTO PADRE
JUAN PABLO II
PARA LA CUARESMA 2005

 

¡Queridos Hermanos y Hermanas!

1. Cada año, la Cuaresma nos propone un tiempo propicio para intensificar la oración y la penitencia y para abrir el corazón a la acogida dócil de la voluntad divina. Ella nos invita a recorrer un itinerario espiritual que nos prepara a revivir el gran misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo, ante todo mediante la escucha asidua de la Palabra de Dios y la práctica más intensa de la mortificación, gracias a la cual podemos ayudar con mayor generosidad al prójimo necesitado.

Es mi deseo proponer este año a vuestra atención, amados Hermanos y Hermanas, un tema de gran actualidad, ilustrado apropiadamente por estos versículos del libro del Deuteronomio: “En Él está tu vida, así como la prolongación de tus días” (Dt 30,20). Son palabras que Moisés dirige al pueblo invitándolo a estrechar la alianza con el Señor en el país de Moab, “Escoge la vida, para que vivas, tú y tu descendencia, amando al Señor tu Dios, escuchando su voz, viviendo unido a Él” (Dt 30, 19-20). La fidelidad a esta alianza divina, constituye para Israel una garantía de futuro, “mientras habites en la tierra que el Señor juró dar a tus padres Abrahán, Isaac y Jacob” (Dt 30,20). Llegar a la edad madura es, en la visual bíblica, signo de la bendición y de la benevolencia del Altísimo. La longevidad se presenta de este modo, como un especial don divino.

Desearía que durante la Cuaresma pudiéramos reflexionar sobre este tema. Ello nos ayudará a alcanzar una mayor comprensión de la función que las personas ancianas están llamadas a ejercer en la sociedad y en la Iglesia, y, de este modo, disponer también nuestro espíritu a la afectuosa acogida que a éstos se debe. En la sociedad moderna, gracias a la contribución de la ciencia y de la medicina, estamos asistiendo a una prolongación de la vida humana y a un consiguiente incremento del número de las personas ancianas. Todo ello solicita una atención más específica al mundo de la llamada "tercera edad”, con el fin de ayudar a estas personas a vivir sus grandes potencialidades con mayor plenitud, poniéndolas al servicio de toda la comunidad. El cuidado de las personas ancianas, sobre todo cuando atraviesan momentos difíciles, debe estar en el centro de interés de todos los fieles, especialmente de las comunidades eclesiales de las sociedades occidentales, donde dicha realidad se encuentra presente en modo particular.

2. La vida del hombre es un don precioso que hay que amar y defender en cada fase. El mandamiento "No matarás", exige siempre el respeto y la promoción de la vida, desde su principio hasta su ocaso natural. Es un mandamiento que no pierde su vigencia ante la presencia de las enfermedades, y cuando el debilitamiento de las fuerzas reduce la autonomía del ser humano. Si el envejecimiento, con sus inevitables condicionamientos, es acogido serenamente a la luz de la fe, puede convertirse en una ocasión maravillosa para comprender y vivir el misterio de la Cruz, que da un sentido completo a la existencia humana.  

Es en esta perspectiva que el anciano necesita ser comprendido y ayudado. Deseo expresar mi estima a cuantos trabajan con denuedo por afrontar estas exigencias y os exhorto a todos, amadísimos hermanos y hermanas, a aprovechar esta Cuaresma para ofrecer también vuestra generosa contribución personal. Vuestra ayuda permitirá a muchos ancianos que no se sientan un peso para la comunidad o, incluso, para sus propias familias, y evitará que vivan en una situación de soledad, que los expone fácilmente a la tentación de encerrarse en sí mismos y al desánimo.

Hay que hacer crecer en la opinión pública la conciencia de que los ancianos constituyen, en todo caso, un gran valor que debe ser debidamente apreciado y acogido. Deben ser incrementadas, por tanto, las ayudas económicas y las iniciativas legislativas que eviten su exclusión de la vida social. Es justo señalar que, en las últimas décadas, la sociedad está prestando mayor atención a sus exigencias, y que la medicina ha desarrollado terapias paliativas que, con una visión integral del ser humano, resultan particularmente beneficiosas para los enfermos.

3. El mayor tiempo a disposición en esta fase de la existencia, brinda a las personas ancianas la oportunidad de afrontar interrogantes existenciales, que quizás habían sido descuidados anteriormente por la prioridad que se otorgaba a cuestiones consideradas más apremiantes. La conciencia de la cercanía de la meta final, induce al anciano a concentrarse en lo esencial, en aquello que el paso de los años no destruye.

Es precisamente por esta condición, que el anciano puede desarrollar una gran función en la sociedad. Si es cierto que el hombre vive de la herencia de quien le ha precedido, y su futuro depende de manera determinante de cómo le han sido transmitidos los valores de la cultura del pueblo al que pertenece, la sabiduría y la experiencia de los ancianos pueden iluminar el camino del hombre en la vía del progreso hacia una forma de civilización cada vez más plena.  

¡Qué importante es descubrir este recíproco enriquecimiento entre las distintas generaciones! La Cuaresma, con su fuerte llamada a la conversión y a la solidaridad, nos ayuda este año a reflexionar sobre estos importantes temas que atañen a todos. ¿Qué sucedería si el Pueblo de Dios cediera a una cierta mentalidad actual que considera casi inútiles a estos hermanos nuestros, cuando merman sus capacidades por los achaques de la edad o de la enfermedad? ¡Qué diferentes serán nuestras comunidades si, a partir de la familia, trataremos de mantenernos siempre con actitud abierta y acogedora hacia ellos!

4. Queridos Hermanos y Hermanas, durante la Cuaresma, ayudados por la Palabra de Dios, meditemos cuán importante es que cada comunidad acompañe con comprensión y con cariño a aquellos hermanos y hermanas que envejecen. Además, todos debemos acostumbrarnos a pensar con confianza en el misterio de la muerte, para que el encuentro definitivo con Dios acontezca en un clima de paz interior, en la certeza que nos acogerá Aquel "que me ha tejido en el vientre de mi madre" (Sal 139,13b), y nos ha creado "a su imagen y semejanza" (Gn l, 26).

María, nuestra guía en el itinerario cuaresmal, conduzca a todos los creyentes, especialmente a las personas ancianas, a un conocimiento cada vez más profundo de Cristo muerto y resucitado, razón última de nuestra existencia. Ella, la fiel sierva de su divino Hijo, junto a Santa Ana y a San Joaquín, intercedan por cada uno de nosotros “ahora y en la hora de nuestra muerte."

Con afecto os imparto mi Bendición.  

Vaticano, 8 de septiembre de 2004

IOANNES PAULUS PP II



viernes, 27 de marzo de 2020

Papa Francisco dona 30 respiradores para enfermos de coronavirus.

El Papa Francisco donó 30 respiradores para que sean distribuidos en los hospitales que atienden a los enfermos de coronavirus, una pandemia que en Italia ha infectado a más de 74.300 personas y provocado la muerte de más de 7.500.

La Limosnería Apostólica informó que “en la tarde de hoy, el Santo Padre ha confiado 30 respiradores adquiridos en los días pasados” para que sean donados “a algunas estructuras hospitalarias en las zonas más golpeadas por la pandemia del COVID-19”.

Los centros de salud que recibirán los respiradores serán determinados en los próximos días, indicó en su comunicado emitido este 26 de marzo.

Desde su aparición en la provincia china de Wuhan en enero, el Papa Francisco ha expresado su cercanía a las personas afectadas por este nuevo tipo de coronavirus.

Asimismo, ha llamado a los sacerdotes a llevar los sacramentos a estas personas y ha convocado a jornadas de oración por el fin de la pandemia, como el rezo del Padre Nuestro ayer 25 de marzo. La semana pasada se unió al rezo del Santo Rosario convocado por los obispos italianos y mañana dará la bendición Urbi et Orbi desde la Plaza de San Pedro.

Francisco también donó hace poco unos 200 litros de leche para las personas necesitadas de Roma y que se han visto afectadas por las medidas restrictivas dictadas por las autoridades para frenar el contagio del COVID-19.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el nuevo coronavirus ha infectado a más de 460 mil personas, de los cuales más de 20.800 han fallecido.



Bendición Urbi et Orbi. Papa: “la oración es nuestra arma vencedora”


«Al atardecer» (Mc 4,35). Así comienza el Evangelio que hemos escuchado. Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos.

Es fácil identificarnos con esta historia, lo difícil es entender la actitud de Jesús. Mientras los discípulos, lógicamente, estaban alarmados y desesperados, Él permanecía en popa, propio en la parte de la barca que primero se hunde. Y, ¿qué hace? A pesar del ajetreo y el bullicio, dormía tranquilo, confiado en el Padre —es la única vez en el Evangelio que Jesús aparece durmiendo—. Después de que lo despertaran y que calmara el viento y las aguas, se dirigió a los discípulos con un tono de reproche: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?» (v. 40).

Tratemos de entenderlo. ¿En qué consiste la falta de fe de los discípulos que se contrapone a la confianza de Jesús? Ellos no habían dejado de creer en Él; de hecho, lo invocaron. Pero veamos cómo lo invocan: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (v. 38). No te importa: pensaron que Jesús se desinteresaba de ellos, que no les prestaba atención. Entre nosotros, en nuestras familias, lo que más duele es cuando escuchamos decir: “¿Es que no te importo?”. Es una frase que lastima y desata tormentas en el corazón. También habrá sacudido a Jesús, porque a Él le importamos más que a nadie. De hecho, una vez invocado, salva a sus discípulos desconfiados.

La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad.

Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, esta tarde tu Palabra nos interpela se dirige a todos. En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo. Ahora, mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: “Despierta, Señor”.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti. En esta Cuaresma resuena tu llamada urgente: “Convertíos”, «volved a mí de todo corazón» (Jl 2,12). Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás. Y podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida. Es la fuerza operante del Espíritu derramada y plasmada en valientes y generosas entregas. Es la vida del Espíritu capaz de rescatar, valorar y mostrar cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo. Frente al sufrimiento, donde se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos, descubrimos y experimentamos la oración sacerdotal de Jesús: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos. La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos, solos, nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza. Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere.

El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar. El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado. El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la llama humeante (cf. Is 42,3), que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza.

Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad. En su Cruz hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar. Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Queridos hermanos y hermanas: Desde este lugar, que narra la fe pétrea de Pedro, esta tarde me gustaría confiarlos a todos al Señor, a través de la intercesión de la Virgen, salud de su pueblo, estrella del mar tempestuoso. Desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo, descienda sobre vosotros, como un abrazo consolador, la bendición de Dios. Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: «No tengáis miedo» (Mt 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, “descargamos en ti todo nuestro agobio, porque Tú nos cuidas” (cf. 1 P 5,7).

miércoles, 25 de marzo de 2020

CORONILLA A SAN MIGUEL ARCÁNGEL.

Coronilla a San Miguel Arcángel



Un día San Miguel Arcángel apareció a la devota Sierva de Dios Antonia De Astónac. El arcángel le dijo a la religiosa que deseaba ser honrado mediante la recitación de nueve salutaciones. Estas nueve plegarias corresponden a los nueve coros de ángeles.
La corona consiste de un Padrenuestro y tres Ave Marías en honor de cada coro angelical.

Promesas
A los que practican esta devoción en su honor, San Miguel promete grandes bendiciones: Enviar un ángel de cada coro angelical para acompañar a los devotos a la hora de la Santa Comunión. Además, a los que recitasen estas nueve salutaciones todos los días, les asegura que disfrutarán de su asistencia continua. Es decir, durante esta vida y también después de la muerte. Aun mas, serán acompañados de todos los ángeles y con todos sus seres queridos, parientes y familiares serán librados del Purgatorio.





+ En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.


Se comienza la Corona rezando, la siguiente invocación:

Dios mío, ven en mi auxilio.
Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre


1. Todopoderoso y eterno Dios, por la intercesión de San Miguel Arcángel y del coro celestial de los Serafines, enciende en nuestros corazones la llama de la perfecta caridad. Amén.

1 Padre Nuestro y 3 Avemarías


2. Todopoderoso y eterno Dios, por la intercesión de San Miguel Arcángel y del coro celestial de los Querubines, dígnate darnos tu gracia para que cada día aborrezcamos más el pecado y corramos con mayor decisión por el camino de la santidad. Amén.

1 Padre Nuestro y 3 Avemarías


3. Todopoderoso y eterno Dios, por la intercesión de San Miguel Arcángel y del coro celestial de los Tronos, derrama en nuestras almas el espíritu de la verdadera humildad. Amén.

1 Padre Nuestro y 3 Avemarías


4. Todopoderoso y eterno Dios, por la intercesión de San Miguel Arcángel y del coro celestial de las Dominaciones, danos señorío sobre nuestros sentidos de modo que no nos dejemos dominar por las malas inclinaciones. Amén.

1 Padre Nuestro y 3 Avemarías


5. Todopoderoso y eterno Dios, por la intercesión de San Miguel Arcángel y del coro celestial de los Principados, infunde en nuestro interior el espíritu de obediencia. Amén.

1 Padre Nuestro y 3 Avemarías


6. Todopoderoso y eterno Dios, por la intercesión de San Miguel Arcángel y del coro celestial de las Potestades, dígnate proteger nuestras almas contra las asechanzas y tentaciones del demonio. Amén.

1 Padre Nuestro y 3 Avemarías


7. Todopoderoso y eterno Dios, por la intercesión de San Miguel Arcángel y del coro celestial de las Virtudes, no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal. Amén.

1 Padre Nuestro y 3 Avemarías


8. Todopoderoso y eterno Dios, por la intercesión de San Miguel Arcángel y del coro celestial de los Arcángeles, concédenos el don de la perseverancia en la fe y buenas obras de modo que podamos llegar a la gloria del cielo. Amén.

1 Padre Nuestro y 3 Avemarías


9. Todopoderoso y eterno Dios, por la intercesión de San Miguel Arcángel y del coro celestial de los Ángeles, dígnate darnos la gracia de que nos custodien durante esta vida mortal y luego nos conduzcan al Paraíso. Amén.

1 Padre Nuestro y 3 Avemarías


Se reza un Padre Nuestro en honor de cada uno de los siguientes ángeles:

En honor a San Miguel...
Padre Nuestro

En honor a San Gabriel...
Padre Nuestro

En honor a San Rafael...
Padre Nuestro

En honor a nuestro ángel de la Guarda...
Padre Nuestro

Glorioso San Miguel, caudillo y príncipe de los ejércitos celestiales, fiel custodio de las almas, vencedor de los espíritus rebeldes, familiar de la casa de Dios, admirable guía después de Jesucristo, de sobrehumana excelencia y virtud, dígnate librar de todo mal a cuantos confiadamente recurrimos a ti y haz que mediante tu incomparable protección adelantemos todos los días en el santo servicio de Dios.


V. Ruega por nosotros, glorioso San Miguel, Príncipe de la Iglesia de Jesucristo.
R. Para que seamos dignos de alcanzar sus promesas.


OREMOS

Todopoderoso y Eterno Dios, que por un prodigio de tu bondad y misericordia a favor de la común salvación de los hombres, escogiste por Príncipe de tu Iglesia al gloriosísimo Arcángel San Miguel, te suplicamos nos hagas dignos de ser librados por su poderosa protección de todos nuestros enemigos de modo que en la hora de la muerte ninguno de ellos logre perturbarnos, y podamos ser por él mismo introducidos en la mansión celestial para contemplar eternamente tu augusta y divina Majestad. Por los méritos de Jesucristo nuestro Señor.

Amén.

martes, 24 de marzo de 2020

El Papa dona 100.000 euros a Cáritas Italia para afrontar la emergencia entre los más pobres.

El Papa ha donado 100.000 euros a Cáritas Italia para ayudar a afrontar la emergencia del coronavirus entre las personas más pobres en un momento en el que el gobierno de Giuseppe Conte ha extremado medidas para evitar el contagio, lo que ha provocado una reducción en el número de voluntarios de las asociaciones para la asistencia de los más vulnerables.

La donación se ha llevado a cabo a través del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral. "El Santo Padre de esta manera desea expresar su cercanía espiritual y su aliento paternal a las personas que sufren la actual epidemia y a todos aquellos que cuidan de ellos", señala el dicasterio.


En el texto también se señala que, de esta manera, el Pontífice "desea expresar su cercanía espiritual y su aliento paternal a las personas que sufren la actual epidemia y a todos aquellos que los cuidan". "Esta suma --precisa-- está destinada a sostener los servicios esenciales en favor de los pobres y de los más débiles y vulnerables de nuestra sociedad, como los comedores, los centros de acogida, los dormitorios, los centros de escucha, etc., que las Cáritas diocesanas y parroquiales prestan diariamente en Italia".


Además, el Vaticano no cerrará los servicios de duchas para pobres y seguirá repartiendo comida entre los más necesitados que duermen bajo los portales de Roma pese a la emergencia del coronavirus, si bien ha dispuesto nuevas modalidades de actuación entre los voluntarios por precaución. Así lo anunció el cardenal Konrad Krajewski, principal gestor de la Limosnería Apostólica y brazo derecho del Papa.

jueves, 19 de marzo de 2020

VIDA DE SAN JOSÉ, SEGÚN LAS VISIONES DE LA BEATA ANA CATALINA EMMERICK

San José

José, cuyo padre se llamaba Jacob, era el tercero entre seis hermanos. Sus padres habitaban un gran edificio situado poco antes de llegar a Belén, que había sido en otro tiempo la casa paterna de David, cuyo padre, Jessé, era el dueño. En la época de José casi no quedaban más que los anchos muros de aquella antigua construcción. Creo que conozco mejor esta casa que nuestra aldea de Flamske. Delante de la casa había un patio anterior rodeado de galerías abiertas como al frente de las casas de la Roma antigua. En sus galerías pude ver figuras semejantes a cabezas de antiguos personajes. Hacia un lado del patio, había una fuente debajo de un pequeño edificio de piedra, donde el agua salía de la boca de animales. La casa no tenía ventanas en el piso bajo, pero sí aberturas redondas arriba. He visto una puerta de entrada. Alrededor de la casa corría una amplia galería, en cuyos rincones había cuatro torrecillas parecidas a gruesas columnas terminadas cada una en una especie de cúpula, donde sobresalían pequeños banderines. Por las aberturas de esas cupulitas, a las que se llegaba mediante escaleras abiertas en las torrecillas, podía verse a lo lejos, sin ser visto. Torrecillas, semejantes a éstas había en el palacio de David, en Jerusalén; fue desde la cúpula de una de ellas desde donde pudo mirar a Betsabé mientras tomaba el baño.

En lo alto de la casa, la galería corría alrededor de un piso poco elevado, cuyo techo plano soportaba una construcción terminada en otra torre pequeña, José y sus hermanos habitaban en la parte alta con un viejo judío, su preceptor. Dormían alrededor de una habitación colocada en el centro, que dominaba la galería. Sus lechos consistían en colchas arrolladas contra el muro durante el día, separadas entre sí por esteras movibles. Los he visto jugando en su dormitorio.

También vi a los padres, los cuales se relacionaban poco con sus hijos. No me parecieron ni buenos ni malos. José tendría ocho años más o menos. De natural muy distinto a sus hermanos, era muy inteligente, y aprendía todo muy fácilmente, a pesar de ser sencillo, apacible, piadoso y sin ambiciones. Sus hermanos lo hacían víctima de toda clase de travesuras y a veces lo maltrataban.

Aquellos muchachos poseían pequeños jardines divididos en compartimentos: vi en ellos muchas plantas y arbustos. He visto que a menudo iban los hermanos de José a escondidas y le causaban destrozos en sus parcelas, haciéndole sufrir mucho. Lo he visto con frecuencia bajo la galería del patio, de rodillas, rezando con los brazos extendidos. Sucedía entonces que sus hermanos se deslizaban detrás de él y le golpeaban. Estando de rodillas una vez uno de ellos le golpeó por detrás, y como José parecía no advertirlo, volvió aquél a golpearlo con tal insistencia, que el pobre José cayó hacia delante sobre las losas del suelo. Comprendí por esto que José debía estar arrebatado en éxtasis durante la oración. Cuando volvió en sí, no dio muestras de alterarse, ni pensó en vengarse: buscó otro rincón aislado para continuar su plegaria.

Los padres no le mostraban tampoco mayor cariño. Hubieran deseado que empleara su talento en conquistarse una posición en el mundo; pero José no aspiraba a nada de esto. Los padres encontraban a José demasiado simple y rutinario; les parecía mal que amara tanto la oración y el trabajo manual.

En otra época en que podría tener doce años lo vi a menudo huir de las molestias de sus hermanos, yendo al otro lado de Belén, no muy lejos de lo que fue más tarde la gruta del pesebre, y detenerse allí algún tiempo al lado de unas piadosas mujeres pertenecientes a la comunidad de los esenios. Habitaban estas mujeres cerca de una cantera abierta en la colina, encima de la cual se hallaba Belén, en cuevas cavadas en la misma roca. Cultivaban pequeñas huertas contiguas e instruían a otros niños de los esenios. Frecuentemente veía al pequeño José, mientras recitaban oraciones escritas en un rollo a la luz de la lámpara suspendida en la pared de la roca, buscar refugio cerca de ellas para librarse de las persecuciones de sus hermanos. También lo vi detenerse en las grutas, una de las cuales habría de ser más tarde el lugar de Nacimiento del Redentor.

Oraba solo allí o se ocupaba en fabricar pequeños objetos de madera. Un viejo carpintero tenía su taller en la vecindad de los esenios. José iba allí a menudo y aprendía poco a poco ese oficio, en el cual progresaba fácilmente por haber estudiado algo de geometría y dibujo bajo su preceptor.

Finalmente las molestias de sus hermanos le hicieron imposible la convivencia en la casa paterna. Un amigo que habitaba cerca de Belén, en una casa separada de la de sus padres por un pequeño arroyo, le dio ropa con la cual pudo disfrazarse y abandonar la casa paterna, por la noche, para ir a ganarse la vida en otra parte con su oficio de carpintero. Tendría entonces de dieciocho a veinte años de edad.

Primero lo vi trabajando en casa de un carpintero de Libona, donde puede decirse que aprendió el oficio. La casa de su patrón estaba construida contra unos muros que conducían hasta un castillo en ruinas, a todo lo largo de una cresta montañosa. En aquella muralla habían hecho sus viviendas muchos pobres del lugar. Allí he visto a José trabajando largos trozos de madera, encerrado entre grandes muros, donde la luz penetraba por las aberturas superiores. Aquellos trozos formaban marcos en los cuales debían entrar tabiques de zarzos.

Su patrón era un hombre pobre que no hacía sino trabajos rústicos, de poco valor. José era piadoso, sencillo y bueno; todos lo querían. Lo he visto siempre, con perfecta humildad, prestar toda clase de servicios a su patrón, recoger las virutas, juntar trozos de madera y llevarlos sobre sus hombros. Más tarde pasó una vez por estos lugares en compañía de liaría y creo que visitó con ella su antiguo taller.

Mientras tanto sus padres creían que José hubiese sido robado por bandidos. Luego vi que sus hermanos descubrieron donde se hallaba y le hicieron vivos reproches, pues tenían mucha vergüenza de la baja condición en que se había colocado. José quiso quedarse en esa condición, por humildad; pero dejó aquel sitio y se fue a trabajar a Taanac, cerca de Megido, al borde de un pequeño río, el Kisón, que desemboca en el mar. Este lugar no está lejos de Afeké, ciudad natal del Apóstol Santo Tomás. Allí vivió en casa de un patrón bastante rico, donde se hacían trabajos más delicados.

Después lo vi trabajando en Tiberíades para otro patrón, viviendo solo en una casa al borde del lago. Tendría entonces unos treinta años. Sus padres habían muerto en Belén, donde aún habitaban dos de sus hermanos. Los otros se habían dispersado. La casa paterna ya no era propiedad de la familia, que quedó totalmente arruinada.

José era muy piadoso y oraba por la pronta venida del Mesías. Estando un día ocupado en arreglar un oratorio, cerca de su habitación, para poder rezar en completa soledad, se le apareció un ángel, dándole orden de suspender el trabajo: que así como en otro tiempo Dios había confiado al patriarca José la administración de los graneros de Egipto, ahora el granero que encerraba la cosecha de la Salvación habría de ser confiado a su guardia paternal. José, en su humildad, no comprendió estas palabras y continuó rezando con mucho fervor hasta que se le ordenó ir al Templo de Jerusalén para convertirse, en virtud de una orden venida de lo Alto, en el esposo de la Virgen Santísima.

Antes de esto nunca lo he visto casado, pues vivía muy retraído y evitaba la compañía de las mujeres.

domingo, 8 de marzo de 2020

TOTUS TUUS.

Testimonio de cardenal Giovanni Coppa

«El amor de Juan Pablo II a la Virgen fue un amor ilimitado. Nunca dejó pasar una ocasión para hablar de María. Le dedicó la encíclica Redemptoris Mater: de hecho, la redención fue el hilo conductor de su magisterio petrino. Además, la honró no solo con su ministerio de Sumo Pontífice, sino también de muchas otras formas.

Desde el inicio quiso rezar durante muchos años el rosario cada primer sábado del mes, junto con los fieles en el Vaticano. Con su creatividad inagotable enriqueció el rosario con los misterios de luz. Y ya casi al final del pontificado, celebró el Año del rosario, que tuvo muchos frutos de devoción y de renovación espiritual. Recuerdo también sus peregrinaciones a Lourdes y a Fátima. En cada uno de sus viajes, además, programó una visita a los santuarios marianos más importantes del mundo. Sé con cuánto deseo quería que una imagen de la Virgen se destacara en la basílica Vaticana, donde por lo demás existen estupendas capillas dedicadas a ella. Y quiso que al menos el palacio apostólico mostrara una imagen de la Virgen, que se eleva, alta y maternal, sobre la plaza de San Pedro.

Todos saben que el lema que escogió antes de su ordenación episcopal es Totus tuus. El futuro Papa tomó estas palabras de la oración de un gran santo mariano, Luis María Grignion de Montfort»[1], quien a su vez lo tomó de San Buenaventura (o del pseudo). «Pues bien, el Papa no solo rezaba cada día aquella oración, sino que es­cribía un pasaje de ella sobre cada página de los textos autógrafos de sus homilías, de sus discursos, de sus encíclicas, en la parte superior derecha de la hoja. En la primera página ponía el inicio de la oración:

Totus tuus ego sum,
“Yo soy todo tuyo, María”;

en la segunda, Et omnia mea tua sunt,
“Y todas mis cosas son tuyas”;

en la tercera, Accipio Te in mea omnia,
“Te acojo en todas mis cosas”;

en la cuarta, Praebe mihi cor tuum,
“Dame tu corazón” [2].

Y así proseguía en cada página, repitiendo, si era necesario, cada invocación, hasta el fin del texto. En los archivos de la Secretaría de Estado se encuentran miles de estas páginas, donde Juan Pablo II manifestó de modo tan íntimo y conmovedor su amor a la Virgen.

Este amor ilimitado a María nacía del amor que sentía por Cristo. Amar a Jesús es el fulcro de toda nuestra vida. Y si esto es verdad para todo cristiano, tanto más lo es para el Papa. Es algo tan obvio, que podría parecer inútil destacarlo. Pero lo refiero porque tengo un recuerdo especial, que atañe a la última visita apostólica que Juan Pablo II realizó en 1997 a la República Checa.

Ya había ido a Checoslovaquia en 1990, recién caído el muro de Berlín, visitando Praga, Velehrad y Bratislava. En 1995 fue por segunda vez, visitando Praga, en Bohemia, y Olomouc, en Moravia. Ya estaba sufriendo. Comenzaba a llevar el bastón y bromeaba sobre éste con los jóvenes, siempre entusiastas de reunirse alrededor de él. Pero todavía estaba en forma, hasta el punto de subir las escaleras sin ascensor.

La primera noche, después de la llegada y la cena con los obispos, se dirigió a la capilla ante al Santísimo. Las religiosas le habían preparado un gran reclinatorio, pero él prefirió rezar en el banco. Yo lo acompañé, esperando fuera de la capilla. Al día siguiente, por la tarde, no pude acompañarlo a la capilla, a causa de compromisos y llamadas urgentes. Llegué después, cuando ya estaba arrodillado. Antes de entrar escuché una especie de música que no se distinguía, y cuando abrí silenciosamente la puerta, escuché que, arrodillado en el banco, cantaba en voz baja ante al sagrario. El Papa cantaba en voz baja ante Jesús Eucaristía: el Papa y Cristo en la Hostia, Pedro y Cristo. Para mí fue algo conmovedor, una llamada muy fuerte a la fe y al amor por la Eucaristía, y a la realidad del ministerio petrino. No he olvidado jamás aquel débil canto, que era como un coloquio de amor con Cristo. Una sola vez he contado este episodio, en la República Checa, pero conviene que se conozca, mucho más ahora que se acerca su beatificación, porque muestra magníficamente que debemos tener un vínculo siempre vivo, íntimo y profundo con Jesús, vivo en la Eucaristía. Y demuestra, en grado superlativo, que Juan Pablo II fue verdaderamente un enamorado de Cristo.

Por último, quiero destacar el amor de los pueblos eslavos por el Pontífice polaco. En 1990 fui enviado a Checoslovaquia, que dos años después se dividió pacíficamente en dos Estados, la República Checa y Eslovaquia. Este fue el mayor regalo que me hizo Juan Pablo II, después del de haberme ordenado obispo. Recuerdo que, en la víspera de mi partida para Praga, lo vi en el helipuerto vaticano, de regreso de una visita a una diócesis italiana, y le dije: “Santo Padre, mañana parto, y finalmente veré yo también en Eslovaquia sus montes Tatra”. Pero él, sonriendo cordialmente, me dijo. “¡Oh! ¡Los Tatry son mucho más bellos desde la vertiente polaca que desde la eslovaca!”. La experiencia como nuncio apostólico fue la más intensa que yo haya realizado. En esos años, pude palpar cuánto amaba al Papa el pueblo checo y eslovaco, comenzando por las autoridades. El presidente Havel me dijo dos veces que Juan Pablo II había desempeñado un papel fundamental en la caída del comunismo: “Ciertamente” sostenía “hubo también otras causas para la victoria de la libertad sobre el comunismo, pero, sin él, el resultado no habría sido así de repentino e inesperado”. Otras veces me dijo que sus coloquios con el Papa eran siempre muy informales y cordiales: “Él habla en polaco, yo en checo, y nos entendemos muy bien”.

Lo que le atraía la simpatía de todos era el hecho de que fuera el primer Papa eslavo de la historia. La gente, que durante cuarenta años había sido trastornada por la propaganda atea, comenzaba a comprender qué era la Iglesia, qué misterio de comunión y de fraternidad ha traído a los hombres juntamente con la fe en Dios y el amor de Cristo, negados durante un tiempo tan largo. También por esto, Juan Pablo II fue un gran don de Dios a la Iglesia y a la humanidad»[3].

Juan Pablo II fue un gran cantor de todas las Glorias de la Santísima Trinidad y de todas las glorias de Jesús y de María. ¡Lo oímos cantar tantas veces! Recuerdo cuando cantó el prefacio en la Misa de inauguración del pontificado: ¡fue emocionante! Los cantos que grabó en un hermoso CD. Cuando lo hizo dos veces en la reunión con los jóvenes en Lvov (Ucrania) cantando a la lluvia y al sol. Y ahora tenemos el testimonio del cardenal Coppa acerca de su sutil canto ante el Sagrario.

Se canta en nuestro poema nacional argentino:

«Cantando me he de morir

Cantando me han de enterrar,

Y cantando he de llegar

Al pie del eterno Padre:

Desde el vientre de mi madre

Vine a este mundo a cantar»[4].

 

El Santo Padre nunca dejará de cantar: «Canta un cántico nuevo frente del trono» (Cf. Ap 14, 3) y «canta el cántico del Cordero» (Cf. Ap 15, 3). No callará nunca, porque sabe que si callase se seguirían efectos muy tristes, como dice un canto:

«Si se calla el cantor calla la vida,

porque la vida, la vida misma es todo un canto;

si se calla el cantor, muere de espanto,

la esperanza, la luz y la alegría.

Si se calla el cantor se quedan solos

los humildes gorriones[5] de los diarios,

los obreros del puerto se persignan

quién habrá de luchar por su salario.

HABLADO

Que ha de ser de la vida si el que canta

no levanta su voz en las tribunas

por el que sufre, por el que no hay

ninguna razón que lo condene a andar sin manta.

Si se calla el cantor muere la rosa,

¿de qué sirve la rosa sin el canto?,

debe el canto ser luz sobre los campos

iluminando siempre a los de abajo.

Que no calle el cantor porque el silencio

cobarde apaña la maldad que oprime,

no saben los cantores de agachadas

no callarán jamás de frente al crimen.

HABLADO

Que se levanten todas las banderas

cuando el cantor se plante con su grito

que mil guitarras desangren en la noche

una inmortal canción al infinito.

Si se calla el cantor… calla la vida»[6].


sábado, 11 de enero de 2020

Oraciones de Santa Brigid a durante 12 años

Nada de lo que es transitorio en la tierra merece tu ambición. Tu alma es tu 
verdadero tesoro de valor eterno y infinito. Salva tu alma. 
No te pierda esta oportunidad de salvación. Acepta y difunde la invitación de Nuestro Señor Jesús a 
todos tus familiares y amigos. 

ORACIONES DE SANTA BRÍGIDA DURANTE 12 AÑOS 

Descarga y difunde las oraciones 
Estas oraciones, como le han sido dadas por el Señor a Santa Brígida de Suecia, deben rezarse durante 12 
años. Él le prometió a todo el que las rezara las cinco gracias mencionadas más abajo. En caso de que la 
persona que las rece muera antes de que pasen los doce años, el Señor aceptará estas oraciones como si se 
hubieran rezado en su totalidad. Si se salteara un día o un par de días con justa causa, podrán ser compensados 
luego. 
Esta devoción ha sido declarada buena y recomendada tanto por el Sacro Collegio de Propaganda 
Fidei, como por el Papa Clemente XII. Y el Papa Inocencio X confirmó esta revelación como venida del 
Señor. 

PROMESAS: 

1) El alma que las reza no sufrirá ningún Purgatorio. 
2) El alma que las reza será aceptada entre los mártires como si hubiera derramado su propia 
sangre por la fe. 
3) El alma que las reza puede elegir a otros tres a quienes Jesús mantendrá luego en un estado de gracia suficiente para que se santifiquen. 
4) Ninguno de las cuatro generaciones siguientes al alma que las reza se 
perderá. 
5) El alma que las reza será consciente de su muerte un mes antes de que 
ocurra. 


ORACIÓN 
Oh Jesús, ahora deseo rezar la oración del Señor siete veces junto con el amor con que Tú santificaste 
esta oración en Tu corazón. Tómala de mis labios hasta Tu Sagrado Corazón. Mejórala y complétala 
para que le brinde tanto honor y felicidad a la Trinidad en la tierra como Tú lo garantizaste con esta 
oración. Que ésta se derrame sobre Tu santa humanidad para la glorificación de Tus dolorosas heridas 
y la preciosísima Sangre que Tú derramaste de ellas.

1) LA Circuncisión. 
- Padre Nuestro. Ave María. Gloria.
 
Padre Eterno, por medio de las manos inmaculadas de María y el Sagrado Corazón de Jesús, Te ofrezco 
las primeras heridas, los primeros dolores y el primer derrame de sangre como expiación de los pecados 
de mi infancia y de toda la humanidad, como protección contra el primer pecado mortal, especialmente 
entre mis parientes. Amén. 

2) LA AGONÍA DE JESÚS EN EL HUERTO DE LOS Olivos. 
- Padre Nuestro. Ave María. Gloria. 

Padre Eterno, por medio de las manos inmaculadas de María y el Sagrado Corazón de Jesús, te ofrezco 
el intenso sufrimiento del Corazón de Jesús en el Huerto de los Olivos y cada gota de su sudor de sangre 
como expiación de mis pecados del corazón y los de toda la humanidad, como protección contra tales 
pecados y para que se extienda el amor divino y fraterno. Amén. 

3) LA FLAGELACIÓN 
- Padre Nuestro. Ave María. Gloria. 

Padre Eterno, por medio de las manos inmaculadas de María y el Sagrado Corazón de Jesús, te ofrezco 
las muchas miles de heridas, los terribles dolores y la precisísima sangre de la flagelación como 
expiación de mis pecados de la carne y los de toda la humanidad, como protección contra tales pecados 
y le preservación de la inocencia, especialmente entre mis parientes. Amén. 

4) LA CORONACIÓN DE ESPINAS 
- Padre Nuestro. Ave María. Gloria. 

Padre Eterno, por medio de las manos inmaculadas de María y el Sagrado Corazón de Jesús, te ofrezco 
las heridas, los dolores y la preciosísima sangre de la sagrada cabeza de Jesús luego de la coronación de 
espinas, como expiación de mis pecados del espíritu y los de toda la humanidad, como protección contra 
tales pecados y para que se extienda el reino de Cristo aquí en la tierra. Amén. 

5) CARGANDO LA CRUZ 
- Padre Nuestro. Ave María. Gloria. 

Padre Eterno, por medio de las manos inmaculadas de María y el Sagrado Corazón de Jesús, te ofrezco 
los sufrimientos en el camino a la cruz, especialmente la santa herida en su hombro y su preciosísima 
sangre como expiación de mi negación de la cruz y la de toda la humanidad, todas mis protestas contra 
tus planes divinos y todos los demás pecados de palabra, como protección contra tales pecados y para un 
verdadero amor a la cruz. 
Amén. 

6) LA CRUCIFIXIÓN DE JESÚS
 - Padre Nuestro. Ave María. Gloria. 

Padre Eterno, por medio de las manos inmaculadas de María y el Sagrado Corazón de Jesús, te ofrezco a 
tu Hijo en la cruz, cuando lo clavaron y lo levantaron, las heridas en sus manos y pies y los tres hilos de 
las preciosísima sangre que derramó allí por nosotros, las extremas torturas del cuerpo y del alma, su 
muerte preciosa y su renovación no sangrienta en todas las santas misas de la Tierra, como expiación de 
todas lasheridas contra los votos y normas dentro de las Órdenes, como reparación de mis pecados y los 
de todo el mundo, por los enfermos y moribundos, por todos los santos sacerdotes y laicos, por las 
intenciones del Santo Padre, por la restauración de las familias cristianas, para el fortalecimiento de la 
Fe, por nuestro país y por la unión de todas las naciones en Cristo y su Iglesia, así como también por la 
diáspora. Amén. 

7) LA LLAGA DEL COSTADO DE JESÚS
 - Padre Nuestro. Ave María. Gloria. 

Padre Eterno, acepta como dignas, por las necesidades de la Iglesia y como expiación de los pecados de toda la humanidad, la preciosísima sangre y el agua que manó de la herida del Sagrado Corazón de Jesús. Sé misericordioso para con nosotros. ¡Sangre de Cristo, el último contenido precioso de su 
Sagrado Corazón, lávame de todas mis culpas de pecado y las de los demás! ¡Agua del costado de Cristo; lávame totalmente de las penitencias del pecado y extingue las llamas del Purgatorio para mí y para todas las almas del Purgatorio! Amén.



Santa Brigida – Año 1373 -Dios quiera enviar a su Iglesia muchas Brígidas, que con sus oraciones y sus buenos ejemplos y palabras logren enfervorizar por Cristo a  muchas personas más. Cristo murió por mí. ¿Y yo, qué haré por Él?  
Santa BrígidaBrígida significa: Fuerte y brillante. Esta santa mujer tuvo la dicha de nacer en una familia que tenía como herencia de sus antepasados una gran  
religiosidad. Sus abuelos y bisabuelos fueron en peregrinación hasta Jerusalén y sus padres se confesaban y comulgaban todos los viernes, y como eran de la familia de los gobernantes de Suecia, y tenían muchas posesiones, empleaban sus riquezas en construir iglesias y conventos y en ayudar a cuanto pobre encontraban. Su padre era  
gobernador de la principal provincia de Suecia.

Brígida nació en Upsala (Suecia), en 1303. De niña su mayor gusto era oír a la mamá
leer las vidas de los Santos. Cuando apenas tenía seis años ya tuvo su primera
revelación. Se le apareció la Sma. Virgen a invitarla a llevar una vida santa,
totalmente del agrado de Dios. En adelante las apariciones celestiales serán
frecuentísimas en su vida, hasta tal punto que ella llegó a creer que se trataba de
alucinaciones o falsas imaginaciones. Pero consultó con el sacerdote más sabio y famoso de Suecia, y él, después de estudiar detenidamente su caso, le dijo que podía  seguir creyendo en esto, pues eran mensajes celestiales.  

Cuando tenía 13 años asistió a un sermón de cuaresma, predicado por un famoso misionero. Y este santo sacerdote habló
tan emocionantemente acerca de la Pasión y Muerte de Jesucristo, que Brígida quedó totalmente entusiasmada por nuestro Redentor. En adelante su devoción preferida será la de Jesucristo Crucificado. 
 
Un día rezando con todo fervor delante de un crucifijo muy chorreante de sangre, le dijo a Nuestro Señor: - ¿Quién te puso
así? - y oyó que Cristo le decía: "Los que desprecian mi amor". "Los que no le dan importancia al amor que yo les he tenido".
Desde ese día se propuso hacer que todos los que trataran con ella amaran más a Jesucristo.
Su padre la casó con Ulf, hijo de otro gobernante. Tuvieron un matrimonio feliz que duró 28 años. Sus hijos fueron 8, cuatro varones y cuatro mujeres. Una de sus hijas fue Santa Catalina de Suecia. Un hijo fue religioso. Otros dos se portaron muy bien, y Carlos fue un pícaro que la hizo sufrir toda la vida. Sólo a la hora en que él se iba a morir logró la santa con sus oraciones que él se arrepintiera y pidiera perdón de sus pecados a Dios. Dos de sus hijas se hicieron religiosas, y otra fue "la oveja negra de la familia", que con sus aventuras nada santas martirizó a la buena mamá.  

Fue pues una familia como muchas otras: con gente muy buena y gente que hace sufrir. Brígida era la dama principal de las
que colaboraban con el rey y la reina de Suecia. Pero en el palacio se dio cuenta de que se gastaba mucho dinero en lujos y
comilonas y se explotaba al pueblo. Quiso llamar la atención a los reyes, pero estos no le hicieron caso. Entonces pidió
permiso y se fue con su esposo en peregrinación a Santiago de Compostela en España. En el viaje enfermó Ulf gravemente.

Brígida oró por él y en un sueño se le apareció San Diosnisio a decirle que se le concedía la curación, con tal de que se
dedicara a una vida santa. El marido curó y entró de religioso cisterciense y unos años después murió santamente en el
convento.
En una visión oyó que Jesús Crucificado le decía: "Yo en la vida sufrí pobreza, y tú tienes demasiados lujos y comodidades".
Desde ese día Brígida dejó todos sus vestidos elegantes y empezó a vestir como la gente pobre. Ya nunca más durmió en camas muy cómodas, sino siempre sobre duras tablas. Y fue repartiendo todos los bienes entre los pobres de manera que ella llegó a ser también muy pobre.
  
Con su hija Santa Catalina de Suecia se fue a Roma y en esa ciudad permaneció 14 años, dedicada a la oración, a visitar y
ayudar enfermos, a visitar como peregrina orante muchos santuarios, y a dictar sus revelaciones que están contenidas en ocho tomos (Sufrió muy fuertes tentaciones de orgullo y sensualidad). Desde Roma escribió a muchas autoridades civiles y eclesiásticas y al mismo Sumo Pontífice (que en ese tiempo vivía en Avignon, Francia) corrigiendo muchos errores y repartiendo consejos sumamente provechosos. Sus avisos sirvieron enormemente para mejorar las costumbres y disminuir los vicios. 
Por inspiración del cielo fundó la Comunidad de San Salvador. El principal convento estaba en la capital de Suecia y tenía 60 monjas. Ese convento se convirtió en el centro literario más importante de su nación en esos tiempos. Con el tiempo llegó a tener 70 conventos de monjas en toda Europa. 
Se fue a visitar los santos lugares donde vivió, predicó y murió Nuestro Señor Jesucristo, y allá recibió continuas revelaciones acerca de cómo fue la vida de Jesús. Las escribió en uno de los tomos de sus revelaciones, y son muy interesantes. En Tierra Santa parecía vivir en éxtasis todos los días. 

Al volver de Jerusalén se sintió muy débil y el 23 de juilio de 1373, a la edad de 70 años murió en Roma con gran fama de 
santidad. A los 18 años de haber muerto, fue declarada santa por el Sumo Pontífice. Sus revelaciones eran tan estimadas en 
su tiempo, que los sacerdotes las leían a los fieles en las misas.